Javier trabajaba en una lujosa boutique de vestidos de novia y se enorgullecía de todo lo extravagante. Era bastante materialista, lo que a veces lo hacía un pelín prejuicioso.
Una tranquila tarde, una señora mayor llamada Carmen entró en la tienda. Era un día raro, tan calmado que solo estaban Javier y su compañera, Lucía.
Carmen no era precisamente el tipo de cliente habitual del local. Su ropa era anticuada, el peinado despistado… vamos, nada de lo que llamarías “elegante”. Pero a ella nunca le había importado la apariencia. Valoraba más la belleza interior que el postureo, y su humilde trabajo de toda la vida rara vez le daba motivos para pisar sitios así.
Aún así, Carmen había decidido que, para su boda de verano, se iba a permitir un capricho. Al entrar, Javier levantó la vista, frunció el ceño y volvió a su móvil.
“Madre mía, ¿se habrá perdido rumbo al bingo? Mira ese pelo… qué desastre”, masculló a Lucía. “Oye, abue, te lo pongo fácil, ¿vale?”
“Javier, eso no tiene gracia”, le espetó Lucía. “Es una clienta y merece el mismo trato que cualquiera. Ayúdala, que yo voy a por el nuevo stock.”
Javier puso los ojos en blanco y siguió con el móvil. Carmen se acercó con una sonrisa amable, esperando ayuda, pero él ni la miró.
“Disculpa, joven, ¿me podrías ayudar?”, preguntó con dulzura.
“¿Qué quieres?”, contestó él sin levantar la vista.
“No hace falta ser grosero”, respondió Carmen con calma. “Solo busco un vestido de novia. Me caso este ver—”
“Mira, abuela”, la interrumpió con un suspiro. “Para ahorrarnos tiempo, tu look me dice que aquí no te puedes permitir nada. Hay una tienda de segunda mano a dos calles, ve allí.”
“¿Ah, sí? ¿Tanto sabes con solo verme?”, dijo Carmen, decepcionada.
“No lo tomes a mal, cariño”, replicó Javier. “Te hago un favor. Mejor no perder el tiempo.”
“Bueno”, respondió ella tranquila, “si no me respetas como clienta, al menos hazlo como persona mayor.”
“Sí, lo que sea”, farfulló él, como si hablara con la pared.
En eso, entró una chica joven, con un aire sofisticado y pinta de tener dinero. Javier se levantó de un salto, con una sonrisa de oreja a oreja.
“¡Hola, preciosa! ¡Qué estilo tienes! ¿En qué puedo ayudarte?”
Lucía volvió en ese momento y vio la cara de pena de Carmen. Dejó las cajas y se acercó enseguida.
“Buenas tardes, señora. ¿La han atendido ya?”
“No, tu compañero cree que no valgo su tiempo. ¿Podrías ayudarme?”, dijo Carmen, mirando a Javier, que ahora reía con la nueva clienta.
“No le hagas caso. Cuénteme, ¿qué busca?”
“Me caso este verano”, respondió Carmen, animada. “Y quiero darme el gusto.”
“¡Enhorabuena! Una boda de verano suena maravilloso. Creo que tengo algo perfecto para usted. Sígame.”
Mientras Lucía mostraba vestidos a Carmen, ella se enamoró del más caro de la tienda. Mientras tanto, la otra cliente, una “influencer”, probó como ocho modelos, haciéndose fotos en cada uno.
“Señorita, ha probado casi ocho vestidos y se ha fotografiado en todos. ¿Cuál elige?”, le espetó Javier, conteniéndose.
“Eh… pues la verdad es que no voy a comprar nada”, dijo ella, haciéndose otro selfie.
“¡¿Qué?! ¿Entonces para qué ha venido?”
“Tranqui, tío”, contestó con un guiño. “Entre nos, solo quería fotos para redes.”
“¿En serio?”, dijo Javier, atónito.
“¡Oops! ¡Adiós!”, canturreó, dejándole los vestidos y saliendo.
Furioso, Javier se giró… y se quedó petrificado. En la caja, Carmen sacaba una bolsa llena de billetes. Pagó el vestido más caro en efectivo y le dejó una propina de 5.000 euros a Lucía.
“Em… vaya propina, señora”, balbuceó Javier, nervioso.
“¿Señora? Antes era ‘abuela'”, le recordó Carmen con frialdad.
“No, eso era… broma entre amigos. Si hubiera sabido que—”
“¿Qué? ¿Que no necesito ir a una tienda de segunda mano? ¿Sabes lo que dicen de asumir cosas, verdad?”
Javier se puso color tomate. Carmen se volvió hacia Lucía con una sonrisa cálida.
“Gracias, Lucía. Has sido encantadora. ¿Nos vemos en la boda?”
“Por supuesto, Carmen. Un placer. Y gracias por la invitación.”
Carmen se despidió y salió, dejando a Javier mudo, intentando asimilar lo ocurrido.
“Yo… no… no me lo creo.”
Lucía no pudo evitar reírse. “Carmen es enfermera. Se casa con un viudo millonario al que cuidó después de un accidente. Ni siquiera sabía que él era rico hasta que le dieron el alta.”
Javier se quedó pasmado (y muy avergonzado). Lucía le dio una palmadita en el hombro.
“Tómatelo como lección. La próxima vez, piénsatelo dos veces antes de juzgar.”
Ese verano, Lucía celebró con Carmen y su nuevo marido en su boda. Fue una noche inolvidable.
Moraleja: no juzgues un libro por su portada. El prejuicio de Javier por la apariencia de Carmen lo llevó directo al ridículo. Si la hubiera tratado con respeto, quizá habría recibido esa propina (y esa invitación).
Este relato está inspirado en historias cotidianas de nuestros lectores. Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. Las imágenes son meramente ilustrativas.