Una manada de hienas rodeó a un indefenso elefante bebé, pero no imaginarás quién lo salvó

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Una manada de hienas rodeó a un pequeño elefantito indefenso, listas para atacar, pero no creeréis quién acudió en su ayuda 😱😱

El elefantito acababa de aprender a mantenerse en pie y exploraba el mundo con fascinación. La manada seguía su ruta habitual de charco en charco, entre matorrales de retama y altas hierbas. Los guiaba una vieja hembra, una matriarca sabia, mientras que la madre del pequeño permanecía cerca de un macho adulto, acariciando de vez en cuando al crío con su trompa.

La curiosidad pudo más. Mientras los adultos escarbaban buscando raíces y hojas, el elefantito vio una mariposa de colores y, batiendo las orejas con alegría, salió tras ella. Jugaba, lanzando puñados de hierba al aire, barritando feliz, y no se dio cuenta de que se alejaba demasiado de los suyos.

Cuando al fin miró a su alrededor, solo vio la llanura desértica, interminable. El pequeño se detuvo y un nudo de miedo le apretó el estómago. En ese instante, los arbustos crujieron, y aparecieron las hienas. Ocho adultos lo cercaron. Sus ojos brillaban con un fulgor amarillo, y los dientes relucían ante la promesa de una presa fácil.

El elefantito desplegó las orejas, barritó, intentando asustarlas. Pero las hienas se acercaron más. Una de ellas se abalanzó y le arañó el costado con sus garras. El pequeño chilló y llamó a su madre con voz lastimera. La manada escuchó su llamado, y una enorme hembra corrió en su ayuda, pero la distancia era demasiado grande: no llegaría a tiempo.

Y entonces, el que acudió en su ayuda fue… 😱😱 ¡Continúa en el primer comentario!

De repente, la tierra tembló bajo unos pasos aún más pesados. Tras una colina apareció una figura que las hienas jamás esperaban ver. Era un viejo rinoceronte, temible y enorme. Su piel estaba surcada de cicatrices, y su cuerno brillaba afilado como una lanza.

Se lanzó al centro del círculo, dispersando a las hienas como si fueran muñecos de trapo. El colérico gigante pisoteó con fuerza, y una de las hienas salió rodando por el suelo. Las demás, sintiendo el peligro, retrocedieron y finalmente huyeron aullando.

El elefantito temblaba, pero el rinoceronte inclinó suavemente la cabeza, como asegurándose de que estuviera bien. Un instante después llegó su madre, envolviendo a su crío con la trompa y barritando de alivio.

Con agradecimiento, extendió su trompa hacia el rinoceronte, pero este solo resopló y se alejó hacia los matorrales, como un guardián invisible de la sabana.

Desde entonces, en la manada se contaba la leyenda: a veces, el destino envía ayuda donde menos te lo esperas.

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