En el aeropuerto de Barajas, la gente se detuvo al ver a un soldado tendido en el frío suelo mientras un pastor alemán ladraba a los transeúntes. Al principio, todos quedaron horrorizados hasta que comprendieron la razón del extraño comportamiento del perro.
Esa mañana, el lugar estaba lleno de viajeros apresurados, algunos haciendo cola para el café, otros sentados junto a las ventanas observando los aviones. Todo transcurría con normalidad hasta que, en uno de los pasillos, la gente comenzó a agruparse. Unos pensaron que grababan un video, otros temieron que hubiera ocurrido algo grave.
En el suelo, sobre las frías losas, yacía un joven con uniforme militar, el rostro pálido y los ojos cerrados. A su lado, un imponente pastor alemán permanecía alerta, vigilando a cualquiera que se acercara. Si alguien daba un paso, el animal se erguía y gruñía, dejando claro: “No te acerques”.
La gente murmuraba:
—¿Se encuentra mal?
—¿Respira?
—¿Llamamos a una ambulancia?
Los guardias de seguridad se aproximaron, pero el perro también les advirtió con un ladrido firme. La tensión creció; muchos asumieron que el soldado se había desmayado y su fiel compañero lo protegía.
Entonces, un joven llamado Javier decidió acercarse para comprobar si el militar respiraba. En ese instante, el perro ladró con fuerza, y, justo en medio de la tensión, el soldado abrió los ojos. Fue entonces cuando todos entendieron la situación.
El hombre, llamado Álvaro Díaz, miró a su perro, luego a la gente, y se incorporó bostezando.
—Tranquilos, solo estaba descansando —dijo con una sonrisa avergonzada—. Llevo viajando horas sin dormir. En el campo hemos descansado en peores sitios. Aquí al menos el suelo es liso.
Resultó que se había acostado un momento para descansar, y su leal compañero, llamado Thor, vigilaba su sueño para que nadie lo molestara o robara sus pertenencias.
El ambiente se relajó al instante. Alguien bromeó:
—Vaya guardaespaldas tiene, señor.
Los guardias, aunque aliviados, le insistieron en que se trasladara a la sala de espera. Un enfermero le tomó el pulso, confirmando que estaba bien.
La gente, antes preocupada, ahora mostraba admiración:
—Menos mal que no ha pasado nada.
—Qué perro más inteligente, un auténtico protector.
Álvaro se levantó, agradeció los comentarios y se alejó con Thor hacia la terminal. Los testigos del suceso no dejaban de hablar de la lealtad y astucia del animal.
Al final, quedó claro que, a veces, los gestos más protectores no vienen de las palabras, sino de aquellos que nos cuidan en silencio.