Un niño encuentra una fortuna y descubre un secreto que cambiará sus vidas

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Hacía frío aquella tarde de otoño en Sevilla. Javier, un chiquillo de once años, rebuscaba entre los cubos de basura del barrio en busca de botellas vacías para vender. Su madre, Carmen, trabajaba de limpiadora y apenas les alcanzaba para pagar el alquiler. Al pasar por una calle adinerada, vio a un hombre bien vestido tirar una chaqueta de piel a un contenedor.

Javier se detuvo. Aquella prenda parecía nueva, de las que se exhibían en los escaparates del centro. Con timidez, se acercó y preguntó:
—Señor, ¿puedo llevarme esa chaqueta? Es para mi madre, pasa mucho frío.

El hombre, sin mirarlo, hizo un gesto despreocupado y se marchó en un coche negro. Javier cogió la chaqueta con cuidado, feliz de poder hacerle un regalo a su madre. Al llegar a casa, Carmen lo reprendió.
—Hijo, no se cogen cosas de la basura.
—Pero está limpia, mamá —insistió él—. Mírala, parece recién hecha.

Carmen suspiró, conmovida por su gesto. Colgó la chaqueta en una silla y siguió preparando la cena. Mientras, Javier metió la mano en el bolsillo. Encontró un sobre grueso, bien cerrado. Lo abrió con curiosidad, y el corazón le dio un vuelco: dentro había montones de billetes.

—¡Mamá! —gritó con voz temblorosa—. ¡Mira esto!

Carmen corrió, y al ver el dinero se le cortó la respiración. Contaron los billetes uno a uno: treinta mil pesetas. Por un instante, el silencio fue denso. La tentación era enorme. Con eso podrían salir de la pobreza, pagar deudas, empezar otra vida. Pero Carmen apretó los labios.

—Esto no es nuestro —dijo con firmeza—. Lo devolveremos mañana.

Al día siguiente, con el sobre en mano, fueron al edificio lujoso donde Javier había visto al hombre. El portero, receloso, llamó al dueño del piso. Cuando el hombre apareció en el vestíbulo, su mirada se clavó en Carmen. Se le borró el color del rostro.

—¿Carmen? —murmuró, atónito—. ¿Eres tú?

Ella también se quedó paralizada. Habían pasado más de diez años, pero jamás olvidaría esa voz. Era Álvaro, su gran amor de juventud y el padre que Javier nunca conoció.

Álvaro los invitó al salón. Todo allí hablaba de riqueza: muebles nobles, cuadros valiosos, un piano junto a la ventana. Javier, impresionado, no se atrevía a sentarse. Carmen alargó el sobre con ambas manos.

—Esto estaba en el bolsillo de su chaqueta —dijo con calma—. Mi hijo la encontró en la basura.

Álvaro la miró con culpa y sorpresa.
—No era basura —explicó—. Fue un arranque… una estupidez. Había discutido con mi socio, creí que todo se hundía. Llevaba ese dinero para invertir, pero en un arrebato lo tiré.

Carmen asintió, sin palabras. Él la observaba fijamente.
—No puedo creer que seas tú. Pensé que habías desaparecido.

Ella bajó la vista. Hacía más de una década, cuando Álvaro era solo un joven empresario sin fortuna, habían estado enamorados. Pero un malentendido, sumado a las presiones de su familia acaudalada, los separó. Carmen había descubierto que estaba embarazada poco después, sin poder encontrarlo.

Álvaro miró a Javier.
—¿Él es…?

Carmen dudó un instante antes de asentir.
—Sí. Tu hijo.

El silencio que siguió fue casi doloroso. Álvaro se levantó, tembloroso, y se arrodilló frente al niño.
—No sé qué decir… No sabía que existías.

Javier, confundido, lo miró con ojos como platos.
—¿Tú eres mi padre?

Álvaro lo abrazó con fuerza. Carmen, desde un rincón, contuvo las lágrimas. Aquel reencuentro era tan inesperado como inevitable.

En las semanas siguientes, Álvaro intentó acercarse a ellos. Llevó a Javier a conocer su negocio, le compró libros, lo invitó al estadio a ver al Betis. Con Carmen fue más difícil. Ella temía que todo terminara como antes, con promesas rotas. Pero Álvaro insistía en que había cambiado.

—He aprendido lo que de verdad importa —le dijo una tarde—. Y no es el dinero.

A pesar del pasado, algo en Carmen empezó a ablandarse. Ver la felicidad de su hijo le recordaba lo que ambos habían perdido.

Pero la vida no se detiene cuando el corazón quiere creer. Una sombra del pasado de Álvaro regresó para ponerlos a prueba.

Una noche, mientras Carmen y Javier cenaban en su humilde piso, alguien golpeó la puerta con furia. Era Lucía, la exmujer de Álvaro. Tenía la mirada helada y la voz envenenada.

—Así que tú eres la famosa Carmen —dijo, cruzando los brazos—. Él no para de hablar de ti.

Carmen mantuvo la calma.
—No busco problemas. Solo quiero lo mejor para mi hijo.

Lucía sonrió con desdén.
—No finjas inocencia. Álvaro planea ced—Pero no lo permitiré, porque el dinero y el rencor siempre vuelven a caer en su mismo hoyo.

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