¡No es la empleada, la culpable es mi madrastra!

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**Las puertas dobles del juzgado se abrieron de golpe con un estruendo que resonó por toda la sala. Una niña de cuatro años, vestida con un traje rosa manchado de barro y sin zapatos, entró corriendo por el pasillo central. «¡Carmen no hizo nada!», gritaba con todas sus fuerzas, con la voz temblorosa pero firme. El juez alzó el martillo, pero se quedó paralizado. Los murmullos cesaron de inmediato. Todos los ojos se dirigieron hacia aquella pequeña figura que temblaba en el centro de la sala, con el pelo revuelto y las mejillas enrojecidas del esfuerzo de correr.**

**Carmen, sentada en el banquillo de los acusados, sintió que el corazón se le detenía. Las lágrimas que había contenido durante semanas comenzaron a brotar. No podía creer lo que veía. «Sofía…», susurró. La niña se volvió hacia ella y, por un instante, sus miradas se encontraron. Luego, con una determinación impropia de su edad, Sofía levantó su dedo tembloroso y señaló hacia la primera fila.**

**—Fue ella —dijo con voz quebrada pero clara—. Fue mi madrastra.**

**Valeria Morales permanecía inmóvil en su asiento, vestida de negro, con las manos perfectamente colocadas sobre el regazo. Su rostro mantenía la expresión de dolor contenido que había mostrado durante todo el juicio, pero algo había cambiado en sus ojos. El pánico se filtraba como agua a través de una grieta.**

**El juez golpeó el martillo tres veces.**

**—¡Orden! ¡Orden en la sala! —su voz resonó por encima del caos que había estallado—. Declaro un receso de media hora.**

**Pero antes de que nadie pudiera reaccionar, Sofía corrió hacia Carmen. Los guardias intentaron detenerla, pero el abogado defensor alzó la mano.**

**—Es la hija de la víctima —murmuró al juez.**

**Carmen se inclinó todo lo que sus esposas le permitían. Sofía se aferró a sus manos encadenadas y le susurró algo que solo ella pudo escuchar:**

**—Lo vi todo, Carmen. Vi lo que hizo.**

**Seis meses antes, la casa de los Mendoza era muy diferente. El sol de la tarde se filtraba por las ventanas del salón, iluminando los muebles de caoba y las alfombras que Roberto había traído de uno de sus viajes. Sofía estaba sentada en el suelo, rodeada de sus muñecas, pero no jugaba. Observaba a los adultos como si fueran actores en una obra que no entendía.**

**—Sofía, mi vida, ven aquí —dijo Roberto con aquel tono especial que usaba cuando quería su atención—. Quiero que conozcas a alguien muy especial.**

**La mujer sentada junto a él era hermosa. Tenía el pelo castaño y brillante como el de las princesas de los cuentos, y llevaba un vestido azul que parecía caro. Cuando sonreía, sus dientes eran muy blancos.**

**—Hola, pequeña —le dijo, inclinándose hacia ella—. Soy Valeria. Tu padre y yo nos vamos a casar pronto.**

**Sofía miró a su padre, confundida.**

**—¿Eso significa que ya no vas a viajar tanto?**

**Roberto se rio y la levantó en brazos.**

**—Significa que Valeria será tu nueva mamá. ¿No es maravilloso?**

**Sofía no estaba segura de qué sentir. Recordaba vagamente a su madre verdadera, que había muerto cuando ella tenía dos años. Pero Carmen siempre había estado ahí, cuidándola, leyéndole cuentos antes de dormir, consolándola cuando tenía pesadillas.**

**Valeria abrió los brazos.**

**—Ven conmigo, cariño. Vamos a ser muy felices juntas.**

**Cuando Sofía se acercó, Valeria la abrazó, pero algo en aquel abrazo no era normal. Era frío, como abrazar a una muñeca grande. Valeria olía a perfume caro, pero debajo había algo más, algo que hacía que Sofía quisiera alejarse.**

**Desde la puerta de la cocina, Carmen observaba la escena. Llevaba tres años trabajando en esa casa, desde la muerte de la señora Elena. Había visto los primeros pasos de Sofía, había estado allí cuando pronunció sus primeras palabras después del accidente. Aquella niña era más que su trabajo; era como la hija que nunca había tenido.**

**Algo en la mirada de Valeria la inquietaba. Cuando Roberto se distraía, la sonrisa de Valeria desaparecía y sus ojos estudiaban a Sofía como si fuera un problema por resolver.**

**—Carmen —la llamó Roberto—, ¿nos traes café? Valeria y yo tenemos mucho que planear.**

**—Por supuesto, señor Roberto.**

**Mientras preparaba el café, Carmen escuchó las conversaciones del salón. Roberto hablaba de la boda, de los cambios que vendrían. Valeria respondía con palabras perfectas, pero su voz sonaba ensayada.**

**—Ay, qué linda —escuchó que decía cuando Roberto mencionaba a Sofía—. Vamos a ser las mejores amigas.**

**Pero cuando Carmen regresó con la bandeja, vio que Valeria apretaba con demasiada fuerza el hombro de Sofía. La niña se había quedado rígida, mirando hacia la ventana como si quisiera escapar.**

**—El café —anunció Carmen, dejando la bandeja sobre la mesa.**

**—Gracias, Carmen —dijo Roberto sin levantar la vista de sus papeles—. Por cierto, la semana que viene tengo que viajar a Barcelona. Estaré fuera diez días.**

**Carmen vio cómo los ojos de Valeria brillaron con algo que no parecía tristeza.**

**—Tan pronto —dijo Valeria—. Apenas nos estamos conociendo Sofía y yo.**

**—Es inevitable, cariño, pero así tendrán tiempo para adaptarse. Carmen os ayudará con todo.**

**—Por supuesto —murmuró Valeria, pero su mirada hacia Carmen no era amable.**

**Esa noche, después de que Valeria se marchara y Roberto estuviera en su despacho, Carmen ayudó a Sofía a bañarse y ponerse el pijama. Era su rutina favorita del día.**

**—¿Te gusta Valeria? —le preguntó mientras le cepillaba el pelo.**

**Sofía encogió los hombros.**

**—No sé. Huele raro.**

**—¿Cómo a raro?**

**—Como… como cuando las flores se pudren en el florero.**

**Carmen frunció el ceño. Era una descripción extraña, pero los niños a veces percibían cosas que los adultos no notaban.**

**—¿Y cómo te sientes con que vaya a vivir aquí? ¿Te… vas a ir? —preguntó Sofía, girándose con los ojos muy abiertos.**

**—No, cariño, yo no me voy a ningún lado.**

**Sofía la abrazó con fuerza.**

**—Prométemelo.**

**—Te lo prometo.**

**Pero mientras arropaba a Sofía esa noche, Carmen no podía quitarse de encima la sensación de que algo estaba a punto de cambiar para siempre.**

**Los días siguientes confirmaron sus temores. Valeria comenzó a pasar más tiempo en la casa, «familiarizándose con las rutinas», decía. Pero Carmen notó cómo estudiaba los horarios de las empleadas, dónde se guardaban las llaves, qué medicamentos tomaba Roberto.**

**—¿Para qué es esto? —preguntó Valeria una tarde, señalando un frasco en el botiquín de Roberto.**

**—Para su corazón —respondió Carmen—. El médico le ha dicho que debe tomarlas todas las noches. Yo llevo un registro por si se olvida.**

**Valeria asintió, pensativa, como si estuviera memorizando información importante.**

**Una semana después, Roberto partió hacia Barcelona. Valeria llegó esa mañana con dos maletas.**

**—Pensé que sería bueno que Sofía y yo pasáramos tiempo juntas —explicó—. Como una luna de miel madre e hija.**

**Roberto pareció encantado con la idea.**

**—Carmen estará aquí para ayudarte en todo —le dijo a Valeria antes de irse—. Y Esperanza también, claro.**

**Esperanza era la mujer de la limpieza, una persona callada que había aprendY así, mientras el sol se ponía sobre el jardín donde ahora jugaba segura, Sofía y Carmen supieron que, por fin, el terror había terminado, y que la promesa de volver juntas nunca más tendría que ser rota.

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