La llamada perdida que unió sus destinos
La lluvia azotaba las calles de Madrid aquella gélida noche de diciembre cuando el teléfono de Ignacio Mendoza resonó en el silencio de su ático. El empresario de 35 años, dueño de la tecnológica Ibérica más próspera del país, jamás imaginó que al contestar cambiaría tres vidas para siempre. Menos aún lo que vendría después.
Con el traje de lino italiano impecable a pesar de la jornada maratoniana, Ignacio revisaba los informes trimestrales de Mendoza Tecnologías. Sus ventanales del piso 45 en el distrito financiero ofrecían una panorámica de la ciudad, pero esa noche solo se veían goterones resbalando como lágrimas por el cristal.
El iPhone vibró de nuevo. Esperaba la llamada de su abogado por la fusión con la empresa vasca, pero en pantalla brillaba un número desconocido. Algo en aquel zumbido insistente le hizo pulsar *responder*.
*”Por favor, señor… ayúdenos…”*
Una vocecita quebrada por el miedo le heló la sangre. Era una niña.
*”Tenemos hambre y frío… y ya nadie nos quiere.”* Ignacio se irguió en el sillón de cuero, los instintos empresariales reemplazados por una urgencia visceral.
*”¿Dónde están tus padres, cariño?”*
*”Nos dejaron.”* El sollozo le partió el alma. *”Mamá dijo que no podía cuidarnos y se fue en el Seat. Estamos escondidas tras el Carrefour de Aluche, pero Valeria tose mucho y yo… yo no sé qué hacer.”*
Ignacio ya corría hacia el ascensor abrigo en mano. *”¿Cómo te llamas, princesa?”*
*”Soy Vega. Tengo siete años. Encontramos este móvil en el contenedor y marcé el botón de emergencia. Su número salió primero… Por favor, no nos cuelgue como los demás.”*
Los nudillos de Ignacio palidecieron al apretar las llaves del Audi. Tres criaturas abandonadas buscando refugio en la basura. En el parking del Carrefour, los faros iluminaron tres siluetas temblorosas tras unas cajas de cartón. Vega abrazaba a las gemelas Martina y Valeria, cuyos abrigos empapados no las protegían del viento cortante.
Al verlo acercarse, la pequeña alzó una mirada que le atravesó el alma. Morena, ojos avellanados llenos de una inteligencia desgarradora.
*”¿Eres el señor del teléfono?”*
Ignacio se arrodilló en el charco, arruinando sin pensarlo los zapatos de mil euros. *”Sí, pequeña. Vamos a iros de aquí.”*
Al subirlas al coche, Valeria tosía con fiebre y Martina se aferraba al cuello de Vega. *”Nos salvaste”,* susurró la mayor mientras arrancaban. Ignacio no sabía que aquel rescate era solo el inicio. Que en 72 horas descubrirían que Vega era su sobrina, que su madre Elena -dada por muerta hacía doce años- las había abandonado para escapar de su maltratador.
Y que el don extraordinario de Vega -una memoria fotográfica que recordaba cada detalle del infierno que vivieron- los llevaría hasta Ricardo, el hombre que las persiguió durante años.
Mientras las luces del Hospital La Paz iluminaban sus caritas sucias, Ignacio juró protegerlas. Fuera lo que fuese necesario. Porque aquella noche, bajo la lluvia madrileña, tres almas perdidas habían encontrado por fin su hogar.