El soldado repiqueteaba contra su asiento, molesta, ella se giró y vio a alguien que la dejó tan impactada que casi se desmaya.
El avión ascendía lentamente hacia el cielo, y los pasajeros se acomodaban en sus sitios. Pero de pronto, una mujer se tensó.
Algo la inquietaba—un sonido constante, el incesante golpeteo contra el respaldo de su asiento. No era un golpe casual, sino uno repetitivo. Frunciendo el ceño, se volvió, irritada. Vio a un soldado cuya pierna se movía, golpeando una y otra vez su asiento.
Al principio, pensó que era un simple malentendido. Pero los golpes no cesaban. Su enojo crecía, y notó las miradas curiosas de otros pasajeros. ¿Cómo podía un militar ser tan descuidado, especialmente con una mujer embarazada?
Finalmente, sin volverse, exclamó con irritación:
—¿Podría dejar de sacudir mi asiento, por favor?
El soldado levantó la cabeza, sus miradas se encontraron por primera vez, y en sus labios apareció una sonrisa tímida.
Un silencio pesado cayó entre ellos. La furia de la mujer se transformó en confusión… y luego en shock. Sus ojos comenzaron a llenarse de lágrimas.
—Tú… —susurró ella, con la voz temblorosa, el rostro desconcertado.
El soldado la observó un momento, con una leve sonrisa. Ella se quedó de pie, los ojos muy abiertos, la boca apenas capaz de articular palabra. Su corazón latía a mil por hora. —Tú… —repitió, la voz quebrada por la sorpresa.
Era él. Su marido, al que daba por perdido para siempre, muerto en combate, sin dejar rastro. Pero ahí estaba, vivo, respirando, con el porte distinguido que solo él tenía. Su mente daba vueltas, incapaz de asimilar la realidad.
—Perdón por asustarte —dijo al fin, con voz serena pero cargada de emoción—. No pude avisarte antes. Volví, pero bajo secreto, para protegerte.
Las lágrimas rodaron por sus mejillas. Se levantó de golpe, temblando, y se abalanzó sobre él, abrazándolo como si temiera que volviera a desaparecer. Los pasajeros a su alrededor quedaron paralizados, testigos mudos de aquel instante tan conmovedor.
—Pensé que habías muerto —le susurró al oído, la voz quebrada por el llanto.
Él la estrechó con más fuerza, como para demostrar que estaba ahí, con ella, para siempre.