La tarde transcurría en calma en la terraza de la lujosa mansión, hasta que la risa burlona de Jimena rompió la armonía. Señalando con desdén a Lucía, la empleada del hogar que cargaba un pesado saco de basura, lanzó con sarcasmo: “Eso es lo que vales, lo que llevas a la espalda.”
El silencio que cayó fue tan denso que hasta el viento pareció detenerse. Los ojos de Lucía se llenaron de lágrimas reprimidas, pero, manteniendo la dignidad que la caracterizaba, apretó los labios y siguió caminando sin responder. Llevaba años aguantando desprecios, pero aquel comentario le llegó al alma.
Jimena, altiva y segura de sí misma, cruzó los brazos y soltó una risa forzada, como queriendo reafirmar su posición de poder en la casa. Lo que no sabía era que alguien observaba cada uno de sus gestos, alguien cuyo juicio valía más que toda su fortuna. Detrás de ella, Álvaro, su novio adinerado, se había quedado petrificado.
No daba crédito a lo que acababa de oír. Sus ojos se clavaron en Lucía, viendo en ella no solo a una trabajadora, sino a una persona humillada públicamente. El corazón le latía con furia, pero permaneció en silencio unos segundos, intentando asimilar la crueldad de la mujer con la que creía compartir su vida.
Jimena, ajena al impacto de sus palabras, se volvió hacia Álvaro buscando complicidad. “Cariño, mira cómo arrastra ese saco. ¿No te resulta patético? Ni siquiera sabe qué hacer con él. Solo afea esta casa.” Su sonrisa esperaba aprobación, pero en el rostro de Álvaro no encontró más que una mirada helada. Él permaneció inmóvil, con el ceño fruncido, mientras los invitados incómodos observaban la escena. Lucía dejó el saco en el suelo y alzó la mirada por primera vez.
Con voz serena pero quebrada, respondió: “Señorita, quizás para usted yo no valga nada, pero cada día doy lo mejor de mí para que esta casa brille. No merezco que me traten así.” Sus palabras cortaron el aire como una daga, dejando a Jimena sin respuesta por un instante. Su expresión se tensó, y lo que empezó como burla se convirtió en irritación por haber sido desafiada.
“¿Tú me contestas?”, replicó Jimena, alzando la voz. “Eres una empleada. Estás aquí para obedecer, no para dar lecciones. Conoce tu lugar, porque aquí mando yo.” Su tono venenoso resonó en el patio, y varios invitados bajaron la mirada, avergonzados.
Lucía se mantuvo firme, aunque por dentro se desmoronaba. Álvaro dio un paso adelante. Su respiración era profunda, su mirada gélida. Ya no podía seguir viendo cómo quien decía amarlo mostraba tal desprecio hacia otra persona. Cada palabra de Jimena lo alejaba más de ella. Y en ese instante, al ver el dolor y la entereza en el rostro de Lucía, supo que había una verdad que ya no podía ignorar.