Multimillonario regresa antes y descubre una traición familiar: su reacción deja a todos boquiabiertos

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**Diario personal**

**18 de junio de 2023**

Hoy, como cada día, miro a mi hija Lucía y me pregunto cómo pude tener tanta suerte. Después de todo lo que hemos pasado, ella sigue siendo mi luz, mi razón para seguir adelante. Construí mi imperio desde cero, convirtiéndome en uno de los magnates más importantes de la tecnología en España. Mi empresa, con sede en Madrid, es mi orgullo, pero nada se compara con el amor que siento por ella.

Lucía perdió a su madre siendo apenas una niña. Desde entonces, he intentado ser ambos, padre y madre, aunque sé que nunca podré reemplazar lo que ella significaba. Hace tres años, conocí a Marta. Era elegante, inteligente y, sobre todo, parecía amar a Lucía como si fuera su propia hija. Por un tiempo, creí que por fin habíamos encontrado la paz que tanto necesitábamos.

Pero hoy, todo se derrumbó.

Salí antes de la oficina, algo inusual en mí. Quizás fue el cansancio o simplemente las ganas de verlas. Pensé en sorprender a Lucía con un helado en la heladería de la esquina, ese que tanto le gusta. Al llegar a casa, en el barrio de Salamanca, algo no encajaba. La casa estaba en silencio, demasiado silencio. Las luces del salón apenas iluminaban, y las persianas entreabiertas dejaban ver un poco del interior.

Y entonces lo vi.

Marta empujaba a Lucía hacia la piscina del jardín. Las manos pequeñas de mi hija se aferraban al borde, pero Marta no cedía. El rostro de Lucía mostraba un miedo que nunca antes había visto. No lo pensé. Corrí como un loco, abrí la puerta de golpe y grité su nombre.

—¡Marta! ¿Qué estás haciendo?

Ella se giró, pálida. Lucía lloraba, desesperada.

—Solo estaba intentando que aprendiera a nadar —balbuceó Marta—. Tiene tanto miedo al agua que pensé que si la animaba un poco…

—¡¿Animarla?! —casi grité, agarrando a Lucía entre mis brazos—. ¡La estabas empujando!

Los sollozos de mi hija me partieron el alma.

—Dijo que si no saltaba, ya no me querría —susurró Lucía, temblando.

Sentí un frío recorrer mi espalda. ¿Cómo había podido hacerle algo así? Marta intentó disculparse, habló de estrés, de no sentirse suficiente. Pero no había excusa.

—Esto se acabó —dije con firmeza—. No puedo permitir que lastimes a mi hija.

Ella se marchó esa misma noche. Desde entonces, he dedicado cada minuto a Lucía. Empezamos terapia en Barcelona, donde un psicólogo nos ayuda a sanar. Hemos ido al zoo, al parque del Retiro, cocinamos juntos… Pequeños gestos que van reconstruyendo lo que se rompió.

Hoy, mientras veíamos el atardecer desde el balcón, Lucía me miró y dijo: “Papá, soy feliz”. Esas palabras me dieron fuerzas para seguir.

A veces, las decisiones más difíciles son las que protegen a quienes más amas. Y aunque el camino no ha sido fácil, sé que lo estamos recorriendo juntos. Porque al final, la verdadera riqueza no está en los euros ni en el éxito, sino en el amor que compartimos.

Lucía es mi mayor tesoro. Y nada ni nadie volverá a hacerle daño.

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