**Diario de Lucía**
“Nunca olvidaré la noche en que todo cambió. Todo empezó con esa nevada que convirtió las calles de Madrid en un lienzo blanco. ‘Ayúdala, papá’, suplicó mi pequeña, Sofía, al ver a aquella mujer en el parque del Retiro. Yo, José, el famoso SEO de Tecnovisión, no sabía que esa noche marcaría nuestras vidas para siempre.
‘Papá, para. Su bebé se está congelando’. Seguí caminando, arrastrando a Sofía de la mano. ‘Cariño, no podemos ayudar a todos’, le dije, aunque me sonaba falso incluso a mis propios oídos. Pero Sofía se soltó y corrió hacia el banco. Me volví.
Allí estaba ella: una mujer joven, apretando un bulto contra su pecho, la ropa rota, la piel pálida como la nieve. Sofía se arrodilló frente a ella. ‘Señora, ¿está bien?’. La mujer alzó la cabeza lentamente. Sus ojos, vacíos, se encontraron con los de mi hija. ‘Mi bebé…’, murmuró, la voz quebrada. ‘Ya no llora…’. Sentí mi corazón detenerse.
Corrí hacia ellas. El bebé en sus brazos tenía los labios azules. ‘Dios mío…’. Me quité el abrigo y lo puse sobre la mujer. Luego envolví mi bufanda roja alrededor del niño. ‘¿Cuánto tiempo llevan aquí?’. ‘No… no lo sé…’, apenas podía hablar. La levanté del brazo. ‘Mi coche está cerca. Vamos al hospital ahora’.
‘No, no puedo…’. ‘Su bebé se muere’, dije, más duro de lo que pretendía. ‘¿Lo entiende?’. Asintió, temblando. Sofía tomó su otra mano. ‘Todo irá bien’, susurró mi hija.
En el coche, pisé el acelerador más de lo permitido. Sofía iba atrás, agarrada a la mujer. ‘¿Cómo te llamas?’, preguntó. ‘Amalia’. ‘Yo soy Sofía. ¿Y tu bebé?’. ‘Marcos’. Una lágrima le corrió por la mejilla. ‘Se llama Marcos’. ‘Es un nombre bonito’.
Por el retrovisor, las vi. Sofía sonreía a Amalia con esa dulzura que había heredado de su madre, Elena, muerta hace años. Diez minutos después, estábamos en el hospital.
Llevé a Amalia mientras ella sostenía al bebé. Sofía corrió delante para abrir las puertas. ‘¡Ayuda!’, grité. ‘¡El bebé no responde!’. Dos enfermeras aparecieron con una camilla y le arrebataron a Marcos. ‘¿Cuánto tiempo estuvo expuesto al frío?’, preguntó una. Amalia no respondía, mirando fijamente la puerta tras la que se habían llevado a su hijo.
‘No lo sabemos’, contesté. ‘La encontramos en un parque’.
‘Necesitamos los datos del niño. Edad, historial médico, vacunas…’. Amalia seguía inmóvil. ‘Señora…’, la enfermera la tocó en el hombro. ‘Necesitamos su DNI’. ‘No’. La palabra salió como un suspiro. ‘Es protocolo. Debemos…’. ‘¡He dicho que no!’. Amalia retrocedió, los ojos salvajes.
Me interpuse. ‘Déjenla. Está en shock’. La enfermera frunció el ceño. ‘Si no coopera, llamaremos a la policía’. ‘Yo me hago responsable’. Saqué mi cartera. ‘José Gutiérrez. Pagaré todo’. La enfermera miró mi tarjeta y sus ojos se agrandaron. ‘El SEO de Tecnovisión…’. ‘Sí. Ayuden al niño primero, luego el papeleo’.
Amalia se había deslizado al suelo, temblando. Sofía se sentó junto a ella. ‘Marcos estará bien. Los médicos aquí salvaron a mi abuela’. Algo en los ojos muertos de Amalia parpadeó. ‘Gracias’, susurró.
Pasó una hora, luego dos. Sofía se quedó dormida en la sala de espera, su cabecita sobre el hombro de Amalia. Yo las observaba. Amalia no se había movido. Solo miraba la puerta de Urgencias.
De pronto, una mujer alta de traje entró. Era mi hermana, Marta. ‘¿Qué pasa aquí? Tu secretaria me llamó. Dijo que estabas en el hospital con una sintecho’. Miró a Amalia con recelo. ‘Encontramos a su bebé casi congelado y decidí traerlos’, dije. ‘Era una emergencia’.
Marta se cruzó de brazos. ‘Soy trabajadora social, José. Esto es justo lo que debías reportar’. ‘Lo sé, pero Sofía…’. ‘Expusiste a tu hija a esto’. ‘Ella insistió en ayudar’. ‘¡Tiene siete años! No puede insistir en nada’.
En ese momento, un médico salió. ‘Familiares de Marcos Espinosa’.
Amalia se levantó tan rápido que casi despierta a Sofía. ‘Soy su madre’. ‘El bebé está estable. Tuvo hipotermia severa, pero responde al tratamiento. También está desnutrido. ¿Cuándo comió por última vez?’.
Amalia apretó los puños. ‘Hoy… leche de fórmula’. ‘¿Cuánta? Dos onzas’. El médico escribió algo. ‘Un bebé de tres meses necesita al menos cuatro onzas cada tres horas. ¿Por qué…?’. ‘Porque no tenía más’. Su voz sonó hueca. ‘Eran las últimas dos onzas que me quedaban’.
Marta dio un paso adelante. ‘Doctor, soy Marta Gutiérrez, trabajadora social. ¿Podemos hablar en privado?’.
Se alejaron. Amalia se dejó caer en la silla. Me senté frente a ella. ‘¿Cuánto llevas en la calle?’. ‘Tres semanas’. ‘¿Y el padre?’. Cerró los ojos. ‘No hablemos de él’.
‘Pero necesito entender…’. ‘No necesita entender nada’. Al abrir los ojos, vi puro terror. ‘En cuanto pueda cargar a Marcos, me iré. Gracias, pero esto es caridad, y la caridad termina cuando salga por esa puerta’.
Sofía se despertó. ‘¿Ya salió Marcos?’. ‘Sí, gracias a ti y a tu papá’. Sofía la abrazó. ‘Se quedarán con nosotros’.
‘Tenemos la casita del jardín’, dije. ‘Nadie la usa’.
Sofía sonrió. ‘¡Sí! ¡Por favor!’. Amalia me miró, y en sus ojos vi algo que no había visto antes: un destello de esperanza.
Marta regresó con el médico. ‘Señora Espinosa, necesitamos que rellene estos formularios. Nombre completo, dirección…’. ‘No puedo’. ‘Es obligatorio’.
‘¡He dicho que no puedo!’. Marta suspiró. ‘Si no coopera, tendremos que avisar a las autoridades’. ‘Hágalo. Pero no darán mi nombre a nadie. ¿Entienden?’.
‘¿Por qué?’, preguntó Marta, más suave.
Amalia la miró fijamente. ‘Porque si él descubre dónde estoy, nos matará a los dos’.
Algo se rompió en mi pecho. ‘Te quedarás en mi casa. No es una petición’.
Marta me miró como si estuviera loco. ‘José, no puedes…’. ‘¿Por qué no?’. ‘¡No la conoces!’. ‘Conozco lo suficiente’.
Amalia asintió, incapaz de hablar. Sofía aplaudió. ‘¡Tendremos invitados!’.
Marta se frotó las sienes. ‘Esto es una pésima idea’.
Tal vez lo era. Pero cuando vi a Amalia abrazar a Sofía, susurrando *’Gracias’* una y otra vez, supe que no podía hacer otra cosa.
No después de ver ese terror en sus ojos al mencionar a *él*.”
—
(Continúa en el siguiente diario con las adaptaciones culturales completas: nombres españoles, referencias locales como el Retiro, Barrio Salamanca, etc., y emociones preservadas).